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La psicoterapia existencial se fundamenta en una corriente homónima de la Filosofía cuya preocupación cardinal se orienta al modo en el que todo ser humano construye su forma de ser y de estar en el mundo. (El sentido de su existencia) Se considera que Søren Aabye Kierkegaard fue el fundador de este modo de entender el sufrimiento, aunque sus raíces teóricas también se hunden en las aportaciones de pensadores de la talla de Karl Jaspers, Edmund Husserl, Martin Heidegger o Jean-Paul Sartre.
Mientras que la Psicología «convencional» ha dedicado sus más importantes esfuerzos a la comprensión del pensamiento y la conducta, y muchas veces solo en lo concerniente a sus dimensiones psicopatológicas, esta rama se ha interesado en ahondar sobre el sentido que la existencia tiene para cada cual. Así, busca un análisis profundo de las grandes preguntas universales: la muerte, la libertad, la culpa, la soledad, el amor, el tiempo y el significado.
Los padres fundadores de la disciplina fueron psiquiatras generalmente decepcionados con los modelos biomédicos tradicionales, como Medard Boss o Ludwig Binswanger, los cuales buscaron en las corrientes fenomenológicas o constructivistas el espacio epistemológico con el que expresar la forma en que entendían su trabajo. De esta manera se trascendía más allá del dolor y de lo negativo, para adentrarse de lleno en la identificación del potencial y de los aspectos positivos que contribuyen a una vida feliz.
A continuación, procedemos a describir cuáles son los objetivos que se persiguen desde esta forma de psicoterapia, y las fases de las que consta (cuyo objeto es satisfacer estas metas fundamentales). Se concluirá esta sección mostrando las técnicas de uso común, que en realidad son posturas de orden filosófico sobre la propia vida.
La terapia existencial persigue tres propósitos básicos, a saber: restablecer la confianza en quienes hubieran podido perderla, expandir el modo en el que la persona percibe su propia vida o el mundo que le rodea y determinar un objetivo que sea personalmente significativo.
Se trata de la búsqueda de una posición en la vida y de una dirección por asumir,( Sentido de vida) una suerte de mapa y brújula que estimule la habilidad de explorar los límites de la propia forma de ser y de estar. En definitiva, determinar aquello que nos hace auténticos.
El proceso de intervención, dirigido a movilizar cambios basados en los objetivos reseñados, son también tres: el contacto inicial, la fase de trabajo y la finalización. Pasamos a describir cada uno de ellos.
El contacto inicial con el cliente pretende forjar el rapport, esto es, el lazo terapéutico sobre el que se construirá la intervención desde este momento en adelante. Esta alianza se ha de basar en la escucha activa y la aceptación de la experiencia ajena, así como en la búsqueda de un consenso sobre cómo evolucionarán las sesiones (periodicidad, objetivos significativos, etc.). Se asume que la respuesta está dentro del cliente, por lo que el terapeuta se limitará a acompañarle indagando en asuntos anclados al presente mediante una relación horizontal y simétrica.
En la fase de trabajo empieza a profundizarse más en la historia del cliente, en todo aquello que le preocupa o le atenaza. La exploración se lleva a cabo siguiendo las cuatro esferas de lo humano, y que definen lo complejo de su realidad (sobre las que ya se indagó en una sección precedente). En este momento es en el que se abordan los objetivos principales del modelo: detección de puntos fuertes y débiles, definición de los valores, examen del vínculo que nos une a las personas más importantes, refuerzo de la autonomía y construcción de un proyecto de vida.
La parte final del tratamiento ejemplifica una de las tareas que el cliente habrá de aceptar en cuanto a la propia vida: que todo lo que se emprende tiene un inicio y una conclusión. A este punto se llegará tras un tiempo variable de trabajo conjunto, que en su mayor parte dependerá del modo en el que evolucione la experiencia interna de la persona. Con todo se pretende el regreso hacia la cotidianidad, pero asumiendo una nueva visión del papel que se interpreta en el escenario del día a día.
Las técnicas terapéuticas que se utilizan en el contexto de la terapia existencialista se basan en sus raíces filosóficas originales, que parten de la fenomenología y el constructivismo para oponerse diametralmente al modo tradicional desde el que se entiende el proceso de salud y enfermedad. Es por ello que huye de todo lo relacionado con diagnósticos o estereotipos, puesto que atentarían contra la meta esencial de hallar un significado propio para la vida y la identidad. Seguidamente planteamos los tres métodos principales.
El primero de ellos es el epoché, un concepto que procede de la filosofía existencial y en el que se resume uno de los fundamentos de la terapia: aproximarse a todos los momentos de la vida como si fueran nuevos, asumiendo una actitud de aprendiz capaz de maravillarse ante el presente que se despliega. Adicionalmente, se persigue la inhibición del juicio y la dilución de las expectativas, una mirada desnuda ante el riesgo y la fortuna que el destino alberga en su seno, lo que facilita la toma de decisiones y la capacidad de arriesgarse a ser aquello que se desea ser.
La descripción es la segunda de las técnicas. En este caso se persigue hacer un análisis de tipo exploratorio, y no explicativo, que permita el conocimiento sobre las cosas sin caer en la categorización. Con ello se pretende fomentar la curiosidad sobre uno mismo y las relaciones sociales, pues ambas constituyen la esencia de lo que realmente se es desde una perspectiva existencialista. Es por esto que el terapeuta no se basa en objetivos inamovibles al iniciarse la intervención, sino que estos van cambiando y adaptándose al cliente a medida que transcurre el tiempo.
El tercer y último procedimiento se basa en la horizontalización, a través de la cual se evita reproducir la jerarquía de poder que ostentaba el psiquiatra en la díada médico-paciente del momento histórico en que nació la propuesta de intervención.
Las relaciones que se basan en esta posición (de igual a igual) permiten la rápida identificación del cliente con la figura y el rol del clínico, animándolo a expresar su verdad en un contexto de terapia que huye deliberadamente de los enjuiciamientos y de la crítica.
Así, a través de una relación psicólogo-paciente que pone énfasis en la honestidad y en la necesidad de abrirse a la hora de comunicar lo que se siente y el problema por el que se va a consulta, la terapia existencial tiene la subjetividad del individuo como el aspecto en el que el proceso terapéutico debe incidir.