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La ansiedad y el miedo son respuestas del organismo ante lo que percibe como una amenaza para su integridad, ya sea física o mental.
Mientras el miedo se presenta ante una amenaza concreta, que puede ser real o imaginaria, la ansiedad es activada por un estímulo más difuso, menos claro, ya que es una respuesta anticipatoria ante una amenaza futura. Sin embargo, tanto el miedo como la ansiedad activan una respuesta de lucha o huida, nos preparan para la acción y, en ciertos momentos, incluso resultan necesarios.
De hecho, la ansiedad es una experiencia universal y puede aparecer una ansiedad reactiva ante una entrevista de trabajo, un examen importante o una presentación en público. Sin embargo, el problema viene cuando la ansiedad o el miedo son desproporcionados, limitantes o suceden ante estímulos que objetivamente no representan un peligro. En esos casos, nos encontramos con una ansiedad desadaptativas, que hace sufrir o limita la vida de la persona. Entonces se puede hacer referencia a un trastorno de ansiedad.
Los síntomas de la ansiedad difieren de las sensaciones que experimentamos cuando estamos nerviosos o inquietos porque son desproporcionados y no se ajustan a la intensidad del estímulo que los provoca.
Se trata de reacciones que escapan al control de la persona y que tienen un carácter recurrente, llegando a provocar un gran malestar e interfiriendo negativamente en sus diferentes esferas de actuación. Por eso, si tienes algunos de los siguientes síntomas, es hora de buscar ayuda:
Cada persona puede presentar unos síntomas concretos diferentes a los de otra persona, dependiendo de su vulnerabilidad y predisposición genética y psicológica y sus experiencias vitales.
La mayoría de las personas que sufren de ansiedad reconocen que su miedo es “irracional”, pero no pueden evitar sentirse de ese modo. Esto sucede porque el miedo y la ansiedad son emociones, y no están producidas por su mente consciente o racional, sino por su subconsciente. Esas sensaciones se originan en la parte más antigua del cerebro y escapan al control de la corteza prefrontal.
Pero, ¿por qué nuestro inconsciente nos produce síntomas horribles que nos hacen sufrir? ¿Cómo es posible que seamos nosotros mismos quienes nos los estemos provocando? Hay muchas personas a las que les cuesta aceptar que son ellos los que se están produciendo esa ansiedad. Para poder entender este mecanismo tenemos que recurrir de nuevo a esas dos partes que se encuentran en nuestro interior: la consciente y la inconsciente.
A nivel consciente, los síntomas de la ansiedad o el miedo nos pueden parecer sumamente desagradables y, por tanto, los rechazamos. Algo muy distinto ocurre a nivel inconsciente, ya que la función prioritaria de esta parte es garantizar nuestra supervivencia y, por tanto, se activa ante el menor signo de peligro.
De hecho, hace miles de años, el miedo y la ansiedad eran una respuesta muy acorde a las amenazas que se le presentaban al ser humano, como en el caso de los depredadores o las luchas cuerpo a cuerpo. Sin embargo, hoy en día los peligros que encontramos no suelen demandar una respuesta física, por lo que toda esa descarga de adrenalina que nos prepara para huir o luchar, no resulta del todo eficaz.
Los humanos seguimos activando el mismo mecanismo ancestral, pero es una respuesta excesiva para enfrentar los peligros que encontramos en nuestro día a día. Como resultado, se produce una sobreactivación, que nos mantiene en un estado de tensión y ansiedad casi constante. En ese punto, el miedo y la ansiedad dejan de ser mecanismos de protección y alerta ante un peligro, pierden su valor adaptativo y se activan innecesariamente.
Además, aunque la respuesta se produzca ante un estímulo que no es objetivamente peligroso, el cerebro de la persona que sufre ansiedad sí lo percibe como amenazante, por lo que se defiende activando ese mecanismo ancestral de lucha o huida que hoy llamamos ansiedad.
Otra forma de darse cuenta de cómo una parte de nosotros produce la ansiedad, consiste en pensar en el mecanismo del dolor y en cómo, aunque no queramos sentir dolor, nuestro cuerpo produce esa señal para avisarnos de que algo va mal, priorizando nuestra supervivencia a nuestro bienestar.
Por supuesto, también existen algunos factores que aumentan el riesgo de padecer un trastorno de ansiedad:
Las mujeres presentan un riesgo dos veces superior al de los hombres de padecer un trastorno de ansiedad.
Cuando el nivel de ansiedad es moderado, la persona puede funcionar socialmente, pero cuando el trastorno de ansiedad no se diagnostica ni se trata, con el paso del tiempo el problema suele empeorar, haciendo que la persona asuma una serie de comportamientos extremos cuyo objetivo es garantizar su “seguridad”. Por eso, no es extraño que lleguen a evitar salir de casa y que rechacen el contacto social, aislándose cada vez más.
Obviamente, de esta forma se ve afectada profundamente su vida familiar, social y laboral. En los casos más graves, incluso aparecen dificultades para realizar las actividades más sencillas, como salir a hacer la compra.
Además, los síntomas de la ansiedad pueden agravarse y derivar en distintos trastornos. La mayoría de ellos se agrupan en torno a un miedo, temor o ansiedad excesivos:
Como resultado, no es inusual que la persona con ansiedad también experimente: